Todos los que hemos pasado por las aulas de este Centro, desde el primer momento, hemos sido conscientes de la importancia y del orgullo que suponía (que supone) haber estudiado, haberse formado y haber crecido en el Colegio de Nuestra Señora de Lourdes. Tal vez, en una mayor medida cuando, llegado el momento, nos hemos visto obligados a abandonar su disciplina para enfrentarnos al futuro que nos deparase la vida. Es decir, cuando pasamos de alumnos a ser antiguos alumnos.
Pero, sin duda, esa convicción se acentúa con el paso de los años y nos impregna ahora, cuando la edad nos permite ver y juzgar las cosas desde una perspectiva más amplia. Cuando sentimos que aquel paso de nuestra niñez, de nuestra juventud, es casi, casi, un recuerdo borroso en nuestras memorias. Yo soy el primero que ha experimentado estas sensaciones, acentuadas profundamente, cuando un grupo de compañeros con un entusiasmo a prueba de recuerdos, me empujaron nada discretamente, sino todo lo contrario, hacia la presidencia de esta recuperada Asociación de Antiguos Alumnos. Y desde ese mismo día, el colegio volvió a ser una referencia activa en una vida como la mía que, por cuestión de mi trabajo profesional, ha permanecido durante no pocos años en la vida de los demás. Al menos, en su vida informativa.
Cuando en una de nuestras reuniones de Junta Directiva se planteó la idea de celebrar el Día del Antiguo Alumno y, de forma paralela, surgió la posibilidad de reconocer su trayectoria cada año a dos de los ex alumnos más destacados por diferentes razones, las dudas nos hicieron plantearnos la gran pregunta:
– ¿Quiénes podrían ser esos dos antiguos alumnos?…
Es verdad que el primer valor a considerar siempre debía, y debe, ser ante todo su cariño a la tradición, al patrimonio educativo, al ideario social y humano, a los valores que todos recibimos durante nuestra estancia en sus clases. Y eso es algo que, salvo las lógicas excepciones, siempre se da por sentado. Los que hemos estudiado aquí no podemos olvidar aquello que nos ha impregnado tan profundamente, de forma tan intensa que fue capaz de marcarnos durante toda una vida personal y profesional. Y surgió el nombre de José Luis Mosquera Pérez que, no solo cumple con esta norma del afecto, la inclinación y el apego hacia los pilares fundamentales del Colegio, sino que además presenta una hoja de servicios personales y profesionales en verdad envidiable. Yo le conocí cuando, siendo todavía un muchacho, José Luis ocupaba ya la presidencia de la Diputación Provincial y hacía alarde de aquellas virtudes que siempre le adornaron: el trabajo organizado, la amistad, el servicio a todos, la entrega absoluta a las causas nobles…
Quienes le conocieron en su época colegial, han escrito y declarado que, en los últimos años del Bachillerato que, por entonces, centraba los estudios escolares, ya era el líder indiscutible de su curso y de su clase, en aquel tiempo el 7º B. Curso y clases que se reunió en torno a él y siguió con fidelidad todas las iniciativas que el joven José Luis Mosquera señalaba, sugería y, a veces, valiéndose de su autoridad sobre los compañeros, incluso imponía… Salió del Colegio en 1942, después de conseguir Matrícula de Honor y Premio Extraordinario… Siempre ha declarado que, de aquellos años, recuerda con especial emoción al hermano Marino que, comenzó con él y sus compañeros desde los primeros cursos, y les fue acompañando, curso por curso, durante los siete años de Bachillerato… También conserva en su memoria la figura del hermano Clemente que, con unos conocimientos extraordinarios de matemáticas y física, hacía de sus clases, pese a la aridez del temario, unas horas especialmente agradables… Y aunque no fue de los más destacados o activos en las actividades deportivas, aún conserva en su memoria los paseos que, cada jueves, daban los alumnos a la finca que los hermanos tenían en las Arcas Reales… Al frente de la Diputación Provincial de Valladolid, si no él, sí los vallisoletanos, recordamos su formidable iniciativa para mejorar la vida de los niños abandonados que se encontraban recogidos en el Orfanato, más conocido por el Hospicio donde, incluso las monjas que atendían a los niños, atravesaban no pocas penurias que el entonces presidente mejoró coordinando una serie de ayudas y de iniciativas que, al menos íntimamente, valoraron su trayectoria en el mundo de la política activa… Podía alargar esta breve y emocionada semblanza pero baste añadir que, durante una gran parte del siglo XX, José Luis Mosquera Pérez, antiguo alumno del Colegio de Nuestra Señora de Lourdes ha sido uno de los personajes más importantes y activos de la vida política, social, laboral y personal de esta ciudad nuestra que vino a enriquecer Paulina Harriet atrayendo hasta nosotros a los Hermanos de las Escuelas Cristianas que han iluminado el conocimiento vallisoletano durante sus más de 125 años de presencia entre nosotros.
ENTREGA DE LA MEDALLA A JOSE LUIS MOSQUERA
Hay un viejo chiste en el que se cuenta la visita de una persona a su médico para que le atienda de una enfermedad que, de cara a su total curación, necesitaría de medidas drásticas: no beber, comer muy poco, hacer vida tranquila sin excesos, no salir apenas de casa y cuestiones similares.
– Doctor ¿y cumpliendo ese plan viviré más?, le pregunta el paciente. Y el médico responde con sinceridad.
– Vivir, lo que se dice vivir más, no lo sé. Pero se te hará de largo…
Al hilo de esta simpática historieta, en mi época de estudiante de Bachillerato en el Colegio, el hermano Eloy, a la sazón Prefecto de Pequeños, siempre nos decía que el conocimiento nos alargaría la vida… Si aquel hermano tenía razón, Félix Jesús de Fuentes Díez no cabe duda de que es un hombre pleno de conocimientos, repleto de experiencias que le han enriquecido y con una trayectoria vital que, el próximo 15 de octubre, alcanzará los 101 años de edad… Me produce una especial emoción, creedme, presentar a este antiguo alumno que reúne en sí mismo toda la riqueza que presta el paso del tiempo a lo largo y ancho de sus lúcidos, radiantes e intensos cien años de vida desde que viniera al mundo en Bercero durante 1911…
En cierta entrevista, Félix contó con un intenso cariño su llegada al Lourdes en el año 1922 hasta que en 1928 saliera de este Centro con el título de Bachiller Universitario de Ciencias en el bolsillo. Son ya 84 los años en los que ha presumido de ser antiguo alumno de este Colegio. Y digo presumido con pleno conocimiento de la palabra que utilizo porque siempre, en cada una de las efemérides que le ha tocado protagonizar en los últimos años, siempre se ha referido con legítimo orgullo a su condición de antiguo alumno. Incluso, en alguna entrevista, se refería textualmente: “Cuando ingresé en Lourdes yo era un niño de pueblo un poco retorcido, por no decir mucho… Y cuando salí era un niño transformado. En aquellos años llegué a ser presidente de la Congregación, Administrador de la Confitería en los recreos y capitán de los azules en el concurso que se celebraba todos los años en la Plaza de Toros… Tengo un recuerdo muy agradecido para los hermanos que me educaron y que nunca he olvidado”… ¿Cabe mayor declaración de amor a las ideas y a los sistemas educativos de una formación religiosa y a los hermanos que la han servido?…
Hace algo más de dos años, recibió la medalla de honor del Colegio de Médicos de Valladolid por sus bodas de platino con la profesión, 75 años desde que terminó la carrera de Medicina en la Universidad de Valladolid. 75 años que pasan por su ingreso en el cuerpo de médicos titulares, por su trabajo en la Asistencia Pública Domiciliaria, por las sustituciones que estuvo haciendo en su pueblo, Bercero, y en Pozuelo de la Orden… Como médico militar estuvo en Farnesio, luego en el frente de Madrid con el general Saliquet, luego en las fuerzas de África y en su cuartel de Ceuta y, en su incorporación al frente en plena Guerra Civil, pasó por Extremadura, Zaragoza, Barcelona… Acabada nuestra contienda, su destino fue el Campo de Gibraltar donde contrajo la malaria hasta que ya casado y con dos hijas, decidió licenciarse.
Como médico Civil su primer destino fue Navata, en Gerona, y desde allí a Villabañez donde ejerció a lo largo de 32 años. 32 baños durante los que, incluso, fue elegido alcalde en 1956 y, en ese cargo, como el formidable médico que era, su principal preocupación se centró en la sanidad de sus convecinos: llevó el agua corriente a sus vecinos”… El dice que ojalá hubiese sido tan buen médico como alcalde pero me consta, y les consta a los vecinos de Villabañéz, que fue un extraordinario médico al que tocó pelearse con la tuberculosis visitando dos veces al día a los enfermos y tratando de aplicar el tratamiento adecuado…
Como en el caso de José Luis Mosquera, podría hablar y hablar de Félix sin cansarme horas y horas. Y aún con la duda de conocer en qué consistía el concurso de la Plaza de Toros (que yo no viví ya en mi época… tampoco conocí lo de la confitería en los recreos) lo que quiero es cuanto antes pedir a ……………………………………………
que entregue a Félix Jesús de Fuentes Díez esa medalla que es, sin duda, un pálido reconocimiento a tantos años, casi 101, de cariño al Colegio, de poner en práctica todo lo que aquí aprendió… una pequeñísima muestra de gratitud desde nuestra Asociación de Antiguos Alumnos a la que él, como también José Luis Mosquera, tanto han honrado
y tanto nos han ayudado, con su ejemplo, para valorarla entre los vallisoletanos.
ENTREGA DE LA MEDALLA DE FELIX JESUS DE LA FUENTE DIEZ