HERMANO FORTUNATO, SIMPLEMENTE “ESTAR”
«Te han robado el corazón los muchachos en la escuela, ellos pasan, tú te quedas, algo de ti llevarán»
El pasado 7 de abril, en la fiesta litúrgica de San Juan Bautista De La Salle, en una mañana soleada que entraba a borbotones por los cristales de la galería de Arcas Reales, el H. Fortunato y yo mantuvimos nuestra última conversación. Alguno de los Hermanos que nos encontramos me dijo que, en esta ocasión, era el alumno el que llevaba la silla de ruedas del profesor, cuando en nuestro tiempo en el colegio, había sido él el que había ayudado a andar intelectualmente al niño y al joven. La conversación fue bonita, profunda y los gestos los he leído ahora en otra coordenada: fueron gestos de eternidad. Uno de los argumentos que nos salió a colación fue la gran misión que tiene un profesor que quiere a sus alumnos, en la escuela lasaliana o en la Universidad: el profesor está presente de manera continuada, simplemente “está”.
Y eso es lo que le ocurrió al H. Fortunato en mi vida: estuvo presente, para auxiliarme, para enseñarme, para hacerme crecer. Por desgracia, mi experiencia de orfandad fue temprana y debo decir que él estuvo allí, junto a mí. Por eso, hoy, de alguna manera, la he vuelvo a sentir ¿Qué es un profesor querido para un alumno más que un padre? Los gestos que prueban todo ello fueron tantos, que ahora casi no me atrevo a separarlos.
Profesor de diversas asignaturas, de música, de lengua, de latín; jefe de estudios, heredero un poco de aquel prefecto en unos nuevos tiempos de organización escolar; responsable del internado y, por tanto, muy pendiente de todo lo cotidiano de muchos de mis compañeros que tuvieron con él esa relación especial, cuando se encontraban lejos de su casa. Por eso, estuvo de manera muy presente en los cuatro años de nuestros cursos de BUP y COU. Una disciplina, organización, disposición colegial adecuada y exigente estaban a su cargo. No necesitaba hacer muchos gestos, no tenía que elevar demasiado la voz para organizar a aquellos adolescentes entre catorce y dieciocho años. Simplemente, tenía que estar. Naturalmente, todos contribuíamos, aunque fuésemos buenos estudiantes, a que aquel orden se rompiese por alguna esquina, pero difícilmente lo conseguíamos. En algún momento, al H. Fortunato le operaron de su espalda y, al regresar al colegio, se incorporó pronto con un bastón. A nuestro jefe de estudios, no sé si aquel bastón le servía para su espalda y sus piernas, pero a mí me daba la sensación que con él más bien nos pastoreaba hasta exteriormente.
Recuerdo la primera huelga general que se convocó en España, un 14 de diciembre de 1988. En nuestros padres había preocupación y dudas sobre nuestra asistencia al colegio. Nos acompañaron hasta las aulas porque los Hermanos decidieron que la jornada se desarrollase para todos los que lo deseasen, con normalidad. Yo imaginaba que, ante aquella situación, a la puerta principal, iba a encontrarse la policía. No ocurrió así. En el centro del patio, donde hoy se encuentra pintado el escudo, en un día plomizo, estaban dos Hermanos, vestidos con sus gabardinas. Esas eran nuestras “fuerzas antidisturbios”, para ese día: el Hermano director Tomás González, y nuestro jefe de estudios, el H. Fortunato ¡Cómo se quedó en mí grabada aquella imagen, qué simbólica y significativa era para nuestros años de adolescencia!
Cuando era estudiante de primero de BUP, en el curso 1988-1989, mi padre enfermó gravemente y tuvo que ser operado. El H. Fortunato se encargó que mi sufrimiento fuese el mínimo, que aquel niño de catorce años no se enterase, que estuviese tranquilo y en los dos cursos siguientes, en que mi padre experimentó una cierta mejoría, mi vida como estudiante y como joven no estuvo influenciada por esa situación. En ese cuidado, estuvieron muy presentes mi madre y el H. Fortunato ¡Cuántas veces acompañado de otros Hermanos, le fueron a visitar al hospital, a casa y qué cariño derramaron los Hermanos de la Salle sobre nuestra familia! Esa situación no la he podido olvidar nunca y ha influido notablemente en mi vida, en mis percepciones y en mis actuaciones. El H. Fortunato, junto a otros de mis profesores lasalianos, “estuvieron”, estuvieron en mi vida, de manera constante, cariñosa y exigente, ayudándome a corresponder ante lo que pedía el futuro, en forma de preparación intelectual y espiritual, modelando al adolescente. Un mes antes de que comenzara COU mi padre falleció y nunca nos sentimos solos desde la excelente familia del Colegio de Lourdes. En ese último curso, no se sentó delante de mí el H. Fortunato. De nuevo, sus gestos fueron los que me sirvieron para entender qué es lo que debía hacer. Gestos imperceptibles, en los cuales el alumno conoce lo que le quiere decir su profesor.
Un buen día, cuando se iba acercando el final de nuestra estancia en el colegio, me pidió que hiciese el discurso de despedida a los finalistas. Iba a ser un acto entrañable. El H. Fortunato me confió mi primera intervención en público. Debía escribir el discurso, tener responsabilidad sobre su elaboración. Me ofreció corregirlo —para eso era profesor de Lengua— y ensayarlo. Así lo hicimos, respetándome absolutamente todo lo que deseaba decir. Aquella intervención, un 17 de mayo de 1992, tuvo sus tramos emotivos, divertidos y de recuerdo, entre ellos a mi padre que no estaba allí cuando también había estado en todo hasta entonces en mi vida. Cuando terminé y mis compañeros me premiaron con un aplauso cariñoso, él me abrazó y me dijo al oído: “has emocionado a tu madre”
¿Puede haber algo más lasaliano en la conmemoración de este tercer centenario de nuestro padre San Juan Bautista De La Salle qué decir “gracias” y “te quiero” a sus buenos hijos que cuidaron de nuestra formación, de nuestro desarrollo, que nos exigieron, que nos prepararon para la vida? Uno de aquellos buenos hijos de nuestro santo fundador fue el H. Fortunato Berciano. Gracias, gracias y hasta siempre, amigo, hermano, maestro… “tú me enseñaste a volar”.
El H. Fortunato Berciano ha fallecido hoy en Valladolid, a los 83 años. El funeral y entierro será el lunes 22 de abril, a las 16.30 horas, en el monasterio de Bujedo en Burgos, adonde llegó con muy pocos años para ser Hermano de La Salle.
Javier Burrieza