Nuevo patrono de la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio de Lourdes
Con la celebración de los ciento veinticinco años del colegio “Ntra. Sra. de Lourdes” se recuperó la Asociación de Antiguos Alumnos, tan presente en otros centros lasalianos y en colegios de similares características. Existió una anterior, que desempeñó un papel estelar en tiempos difíciles, en la II República, cuando los Hermanos de La Salle tuvieron que abandonar, oficialmente, la docencia del centro. Entonces, la Asociación se encargó de celebrar los cincuenta años de la apertura del colegio y de publicar una interesante Memoria, que fue reeditada en 2009. A finales de la década de los sesenta y principios de los setenta, se fue diluyendo su actividad, cediendo su papel a la entonces novedosa Asociación de Padres de Alumnos. Desde su refundación, ha ido agrupando a colegiales de todas las edades, organizando distintas actividades de hermanamiento y celebrando, a finales de cada mes de mayo, una jornada especial que continuaba la senda de la que consiguió reunir, en 2009, a cientos de antiguos alumnos del Lourdes.
Naturalmente, este colectivo —tan importante para mantener la memoria del centro— se encuentra bajo la protección especial de san Juan Bautista de La Salle, fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Sin embargo, el colegio cuenta desde el 13 de octubre de 2013 con su primer antiguo alumno beatificado. Se llamaba, desde su nacimiento y bautismo, Teodoro Pérez Gómez y, desde que se convirtió en Hermano de La Salle, Hermano Mariano Pablo. Por eso, en la Asamblea General, celebrada el 25 de enero de 2014, la Asociación decidió nombrarlo como patrono —o copatrono de la misma—. Coincidiendo con su ceremonia de beatificación, su familia todavía residente en Valladolid, buscó en su propia memoria y halló algunos documentos inéditos que ofrecemos en estas páginas como primicia. El H. Mariano Pablo murió víctima de la violencia de la guerra civil en julio de 1936. Tras la conclusión de la contienda, se publicó un pequeño folleto escrito por el H. Valeriano, donde se elaboró su primera biografía, quizás editada por iniciativa de la familia o por los propios Hermanos de La Salle, a modo de nota necrológica, impresa en los talleres vallisoletanos de Andrés Martín. Se titulaba “Un Joven Apóstol y Mártir”.
Con la música de la Catedral
Comenzaba situando su nacimiento en una familia numerosa. Era el sexto de sus hermanos, el más pequeño de una casa, encabezada por el matrimonio formado por Pascual Pérez y Justa Gómez. Había nacido el 7 de enero de 1913 y fue bautizado, como era costumbre, pocos días después. El concepto de la sana infancia, hace un siglo, era la del niño familiar y obediente, que incluía la religión en sus juegos infantiles, “haciendo altarcitos o repitiendo en casa las ceremonias que ha visto en la Parroquia o en la Catedral”. En aquellos hogares era muy habitual la presencia de pequeñas obras de imaginería devocional —recordemos firmas como la fábrica gerundense de Olot—. Una de las más habituales era la del Niño Jesús. Ante ella, Teodoro Pérez “se sentía feliz: la besaba y abrazaba con cariño que rezumaba confianza y respeto. Si sus padres querían retratarle, tenía que ser abrazado a la imagen de su inseparable amigo”. Y así ocurrió, en aquellas fotos de estudio en blanco y negro, en cuyo primer plano aparece Teodoro Pérez, vestido de monaguillo, abrazando a esta imagen.
Monaguillo, porque la Catedral debió ser un escenario muy habitual en su vida familiar. Hasta ella acudía acompañado de su madre y de sus hermanas. Teodoro Pérez tenía una buena voz de “tiple que, tan pronto como le oyeron cantar los entendidos, se prendaron de ella”. Desde hacía años, Valladolid ocupaba un lugar importante en la música sacra, desde la renovación que iniciaron maestros de capilla como el vasco Vicente Goicoechea —autor del bellísimo Miserere—. Julián García Blanco, en esta misma línea, conoció la voz de Teodoro y pidió a sus padres que formara parte de la famosa “Coral Vallisoletana”, integrado en el mencionado grupo de tiples. Seis años tenía: “¡Qué bien se destacaba su argentina voz entre las más graves de los señores Canónigos!” Después ayudaba a misa, aunque le costase manejar los pesados misales. En aquel ambiente, García Blanco con sus padres, consideraron que el niño de nueve años se encontraba preparado para hacer la primera comunión, precisamente en la Catedral. Continuó vinculado hasta los doce años a aquel ambiente, mitad educativo, mitad espiritual, mitad formativo y casi orientado hacia una vocación sacerdotal.
Los padres, con mucho sentimiento de don Julián, decidieron que Teodoro abandonase esta actividad musical de la Coral y se dedicase exclusivamente al estudio en uno de los centros educativos más consolidados de la ciudad. Sus hermanos mayores ya habían sido matriculados en el colegio “Nuestra Señora de Lourdes”. Eran días de una gran expansión intelectual y espiritual del centro, amén de la inauguración desde 1924 de los nuevos edificios que lo conformaban, haciendo inconfundible su perfil. Quizás solamente estuvo matriculado en el curso 1925-1926, dando muestras de su aplicación como alumno en lo académico. Sus exámenes eran distinguidos con altas puntuaciones y en su expediente comprobamos que completó las asignaturas de la enseñanza primaria y algunas de la comercial. En aquella literatura casi hagiográfica, escrita también para ser leída en clase, retrataban a Teodoro Gómez como el alumno que demostraba “su piedad en la iglesia —precisamente inaugurada en 1926—, su ardor en el trabajo en las horas de clase, su completa sumisión a la disciplina del colegio, su respeto cariñoso con los profesores y cordialidad sonriente para con sus compañeros”. Las prácticas de piedad eran inevitables en aquel ambiente. Eran niños que rezaban ante el sagrario. De ahí, la existencia de la prestigiosa Cruzada Eucarística del H. Faustiniano. En una vida colegial donde todo estaba inundado por la dimensión religiosa, organizaciones como éstas —también la Congregación de María Inmaculada y San Juan Bautista de La Salle— iban más allá de lo piadoso. Organizaban excursiones —con fines religiosos naturalmente— a los pueblos de la provincia, siendo sus miembros los que también podían estar en esos años en las demostraciones gimnásticas que se celebraban en la Plaza de Toros.
“Dígame Hermano, ¿qué hay que hacer para ser como usted?”
Sus profesores —con presencia de algunos de los futuros santos mártires de Turón— apreciaron que Teodoro Pérez mostraba una gran cercanía hacia los Hermanos, deseos de conocer el Instituto y las actividades a las que se dedicaban. Y llegó el día, en que expresó sus sentimientos e intenciones: “¿Qué se necesita para ser lo que usted es y vestir como usted viste?” No sabemos qué Hermano recibió aquella confesión. Los había y con mucho tirón y popularidad entre los alumnos del Lourdes. Cuentan estos apuntes de su vida, que esa misma tarde se lo comunicó a su madre: “mamá, yo quiero ser Hermano, ayúdame a serlo”. Sus padres hubiesen deseado que su hijo Teodoro les hubiese comunicado su vocación sacerdotal, para la cual parecía estar destinado en la Catedral. Incluso, un tío suyo trató de orientarlo hacia el seminario, con cierta machacona insistencia.
La vocación había nacido en su colegio de Lourdes, donde no había permanecido mucho tiempo. Con la precisión de las fechas importantes, la familia recordaba cómo salió Teodoro, un 12 de julio de 1926, en compañía de sus padres y de un Hermano —quizás aquel que recibió la confidencia— hacia el noviciado menor de Bujedo, en Burgos, “granero” de vocaciones lasalianas para Castilla. La primera carta que escribió desde allí, el 23 de julio, ya comunicaba su satisfacción. Era el niño de trece años que decía entre la cuadrícula de su papel timbrado por el retrato de san Juan Bautista de La Salle: “estoy muy contento y ya tengo muchos amigos. Ahí las embio [sic] las estampas que me piden y a mi madre la fotografía del convento y harán el favor de mandarme tres pesetas para las estampas […] un fuerte abrazo de su hijo que tanto les quiere y no les olvida en sus oraciones”.
Iban a ser dos años y medio de formación intelectual, la que había interrumpido en el colegio para iniciar esta vocación. Las cartas eran habituales y en ellas, Teodoro no solamente preguntaba por sus familiares sino que también relataba con detalle todo lo extraordinario que había vivido en Bujedo. A principios de julio de 1928, hacía recopilación de las fechas de aquella Pascua: “por fin llegó la fiesta de las fiestas en que esta casa derrochó todo el fervor habido y por haber. La iglesia tenía un aspecto hermosísimo, los floreros cargados de flores, el altar adornado con mucho gusto y por fin, el Sagrario lleno de amor. Por la tarde hubo procesión a la que asistió mucha gente de los pueblos circunvecinos”. Teodoro no lo dice pero, probablemente, se trataba del Corpus Christi. No faltaban las excursiones clásicas en Bujedo, como el paseo a las riberas del Ebro. Les envía a sus padres las brillantes notas de sobresaliente. Y le da tiempo de preguntar por su hermano Leandro… “no me dicen nada de Leandro, pues espero contestación a la carta que le escribí en francés”.
Una vez que hubo cumplido los dieciséis, en 1929, fue admitido en el recién inaugurado noviciado madrileño de Griñón. Estaba muy cercano a recibir el hábito lasaliano y con él, su nuevo nombre de religioso. Fue en la fiesta de la Candelaria —2 de febrero—. El nuevo H. Mariano Pablo escribió una carta, larga y detallada, el día 13. Se habían preparado por espacio de ocho días de retiro y ejercicios espirituales. Tras una exhortación del H. Director de la casa, recibieron el hábito lasaliano quince postulantes: “después de imponer el nombre nos dimos un abrazo con todos los Hnos. presentes al acto […] ya tengo ese cuello blanco que tanto deseaba Carmen [su hermana] que tuviera […] ¡Ya soy religioso, y con esto todo lo he conseguido!” Les agradecía una vez más a sus padres, el sacrificio que habían tenido que hacer permitiéndole salir de su hogar a los trece años: “o mejor dicho escogerlo yo mismo libremente”. No solamente había sido él en aquella familia, sino también su hermana Emilia, que había entrado como Hija de la Caridad: “acuérdense de lo que les repetía yo tantas veces en casa «la familia que tiene un hijo religioso tiene toda ella un trono en el Cielo»”. Una etapa de probación para intentar ser mejores, tal y como él mismo expuso: “la perfección consiste, menos en hacer cosas grandes que en hacer bien lo que la obediencia manda o aconseja”. En aquellas Navidades de 1928-29, habían viajado a visitar el Cerro de los Ángeles, el monumento al Sagrado Corazón de Jesús cerca de Getafe. Cartas en las que se colaban asuntos de política internacional, cuando agradecía que hubiese concluido felizmente la “cuestión romana” y la firma de los tratados de Letrán por los cuales se creaba la ciudad-estado del Vaticano con el papa Pío XI.
Su formación académica para ser maestro, después de su probación como religioso, discurrió en el escolasticado. En ese momento, se proclamaba la II República y su futuro se veía condicionado. Alarmó considerablemente la quema de conventos que se produjo a partir del 11 de mayo de 1931 por fuerzas radicales, afectando no solamente a los jesuitas —de los que se iba a empezar a discutir su disolución— sino a los propios Hermanos de La Salle en el colegio madrileño de “Nuestra Señora de las Maravillas”. Sus padres viajaron a Griñón para tratar de garantizar la seguridad de su hijo. Como ocurrió con otros tantos religiosos, consiguieron que pudiese permanecer en el hogar familiar mientras pasase la tormenta. El H. Mariano Pablo lo aceptó, siempre y cuando se produjese su vuelta a Griñón, una vez superadas las circunstancias. En Valladolid, después de tres o cuatro días en la casa de sus padres, se integró en la comunidad de su colegio de Lourdes, ofreciéndose al director en las labores que fuese menester.
En otoño de 1931 regresaba a su casa religiosa. El clima de tensión parecía que no mejoraba, pues sus padres volvieron a buscarlo el lunes de Pascua de 1932 —en aquel verano se iba a producir un intento de golpe de estado desde Portugal por parte del general Sanjurjo—. El H. Mariano Pablo no aceptó moverse de su escolasticado. Así se lo indicó a su hermana, sor Emilia, “papá y mamá han venido de nuevo a verme; todo se ha arreglado como esperaba, porque me han dado su consentimiento para que pueda expatriarme, si fuera preciso, antes de abandonar mi vocación”. Numerosos eran los religiosos jóvenes que estaban saliendo de España, trasladando sus centros de formación a países con mayor tranquilidad política —Portugal o Bélgica—, en una época de crisis política como eran aquellos primeros años treinta. En septiembre, el H. Mariano Pablo acudió a Toledo —por espacio de diez días— para examinarse y obtener el título de maestro, comunicándoles el resultado a sus padres por carta desde la misma ciudad imperial: “obtuve los mejores resultados sobre todo en las asignaturas que más temía como eran la Geografía y la Historia de España, a más de la Química e Historia de la Literatura”. Se mostraba muy satisfecho porque había terminado la carrera de magisterio, con todas las trabas que se estaban poniendo a los religiosos. Nada más llegar de Toledo, y con el título oficial bajo el brazo, habían recibido de sus superiores la “obediencia”, el lugar donde habría de ejercer como maestro. En este caso era el Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, desde octubre de 1932.
Un maestro sencillo, que gustaba desgastarse
Aquella casa era la fundación más antigua de los Hermanos en España desde 1878. Continuaba siendo un maestro que estudiaba. Le recordaba muy bien su nuevo director cuando, en 1944, tuvo que hacer su declaración al vicepostulador de la causa de su beatificación: “el candoroso y angelical Hermano Mariano Pablo, como le llamaban los Hermanos de aquel Colegio, se ganó desde el primer día el afecto y confianza de sus alumnos, y todo el personal de la Comunidad se ha prendado de él por sus bellas cualidades como religioso y como profesor”. Allí pudo disfrutar de sus alumnos, de sus lecciones y de sus clases de catecismo. Pero todo este ritmo de trabajo deterioró su salud. Los superiores pensaron que debía disponer de un “descanso absoluto y buena alimentación” en su anterior noviciado de Griñón y durante los veranos. En el segundo de éstos, se producía el golpe de estado del 18 de julio de 1936, por el que comenzaba la cruenta guerra civil. Ese mismo día escribe desde Griñón una carta en la cual trataba de tranquilizar, no por los acontecimientos políticos sino por su salud. Si hubiese sido buena, habría viajado con un gran grupo de hermanos a Bujedo donde estaban realizando Ejercicios, lo que permitió que muchos religiosos se encontrasen en un ámbito seguro al comienzo de la guerra.
Griñón y todo el ámbito madrileño pertenecían a la zona controlada por el Gobierno de la República, aunque las llamadas tropas nacionales manifestaban gran interés por entrar en Madrid cuanto antes. Los superiores trataron de garantizar la seguridad de sus religiosos. Por eso, el 27 de julio salían hacia Madrid cincuenta y nueve hermanos desde Griñón, quedando en aquella casa ochenta novicios menores, el director y el subdirector, además de ocho hermanos enfermos —entre los que se encontraba el H. Mariano Pablo— y un dependiente. Cuando el día 28 estaba terminando de comer, un grupo numeroso de milicianos asaltaron la casa, destrozaron las imágenes y asesinaron al grupo de los hermanos que habían quedado con los novicios, entre los que se encontraban los vallisoletanos Mariano Pablo y Javier Eliseo, de 23 y 24 años. En los primeros años de la posguerra se empezaron a recoger datos de los mártires, en los trabajos preliminares que iniciaba un proceso de beatificación. Con tal fin, se editaron estampas para dar a conocer sus vidas y fomentar la devoción hacia ellos. Sin embargo, el proceso se detuvo, como el de la mayoría de los mártires españoles de los años treinta, hasta que se reanudaron en el pontificado de Juan Pablo II. Este grupo fue beatificado, junto con otros cientos, como culminación del Año de la Fe, el 13 de octubre de 2013 en Tarragona.
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La familia del H. Mariano Pablo continuó vinculada con el colegio, a través de su hermano Leandro Pérez Gómez y de su sobrino José Luis Pérez Herrero, ambos periodistas y colaboradores con la vida publicística del colegio. La legislación de aquellos años establecía que era menester que las revistas —la del Lourdes, esta “Unión” que nos ocupa— estuviese dirigida al menos teóricamente por periodistas y ellos contribuyeron a ello. Será en el colegio donde, la primera celebración litúrgica de este nuevo beato, el 6 de noviembre, favoreció el encuentro con su familia y la posibilidad de disponer de estos materiales inéditos. La Asociación espera homenajear pronto al beato H. Mariano Pablo, contando con un bellísimo retrato realizado por el pintor vallisoletano, Miguel Ángel Soria, para ser regalado al centro. Así hemos abierto las “memorias” de este alumno santo del Colegio de Lourdes, patrono de los que pasamos algún día por sus aulas.
Javier Burrieza Sánchez
Universidad de Valladolid y AA